miércoles, 6 de agosto de 2014

M

Entonces las paredes empezaron a quebrarse. Fue dibujándose una madeja de humedad verde y moho que olorizó el aire con algo rancio. 
"Rancio"- pensó. Era el adjetivo ideal para caracterizar lo que pasaba en sus días. 
Todo fue encajando en un lugar, era un tetris mental del que finalmente podía pasar de nivel. Pasó muy rápido, o fueron años, y pudo ir haciendo los ladrillos de su vida. Los armó, los sobó y los cocinó uno por uno. La juventud a veces se va tan rápido que en ser autómatas también nos hacemos viejos.

Pero muchas veces M se preguntó para qué. Muchas veces M no podía responder sus preguntas, y esta era una de ellas. "Necesito no creer en que tenemos un mañana porque no tolero la idea de que no tenemos un hoy."
Muchas veces M pensó que era un ser cicatrizado en vías de cicatrización. Su piel estaba envuelta en un dibujo de grietas que abrían surcos por los que se encarnaba un hilo de algodón. Cuando estrujaba, el hilo hería el surco que rápidamente se llenaba de sangre y regaba la carne de un color rojo intenso.
Otras veces, M lograba cicatrizar: entonces prefería la media luz donde la piel era entera y fresca. La luz de sol sólo exponía sus marcas, su deshecho cárnico que nadie supo llorar o admirar.

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