viernes, 7 de noviembre de 2014

hic

Hoy estaba sentada en el patio de mi abuela y tenía una sensación tan rara que quisiera escribirla. Hacía bastante que no iba pero en ese momento sentía la necesidad de quedarme lo más que pude (me podría haber ido antes bajo alguna excusa y no lo hice): tenía la necesidad de absorber como una esponja lo más que pudiera de estar ahí.
Un remolino de cosas preciosas me arrebataban los puntos de vista que existían a mi alrededor, todo merecía mi atención, desde las impresiones, los colores, las paredes, las plantas, los momentos que pasaron que se repetían cinematográficamente en mi cabeza.
¿Cuánto podía estar ofreciéndome esa palmera a medio solear, el pasto grueso recortado y verde que ignoraba por igual pies y hormigas, el jazmín, el rosal de pimpollos recortados? Y me sentí pequeña y tonta, con unas ganas tremendas de volver 10 años atrás, o 3, cuando todo era tan natural, todo se movía de una manera tan natural que pensar que eso podía dejar de pasar era casi irreal.
Me pregunté a qué podría tenerle tanto miedo:

la ausencia

la ausencia indeleble

es casi infantil doler lo que no vuelve

que en definitiva es tiempo que se repite mentalmente

pero que no puede repetirse hoy

y vas cambiando


y vas creciendo


y ese momento ya no puede estar con vos hoy



más que como ayer

y es casi solemne cuando no es horrible

volver a la época donde pensaba que algunas personas y algunos lugares iban a estar por un tiempo lo suficientemente largo como para no tener que preocuparme para cuando se vayan.

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